Incendio destruye valiosa iglesia colonial en Cusco
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Un incendio durante la madrugada del
viernes dejó convertida en cenizas una de las más importantes iglesias
católicas indígenas del siglo XVI en los Andes del sureste.
El siniestro destruyó en su interior un retablo de fina madera y casi
25 lienzos de más de 300 años de antigüedad que eran visitados por los
turistas internacionales, informaron las autoridades.La iglesia era una joya de la época colonial peruana y un ejemplo del estilo barroco. Es una pérdida irreparable, una pena terrible lo que ha ocurrido", dijo el arquitecto Américo Carrillo, quien finalizó en 2013 una restauración del monumento que empezó en 2008 y que costó casi 2 millones de dólares.Carrillo, quien se encontraba en la iglesia evaluando los daños, destacó que los valiosos óleos destruidos sobre la vida del santo San Sebastián pertenecían al pintor Diego Quispe Tito, uno de los primeros artistas indígenas que brillaron en la época colonial, considerado por expertos el máximo exponente de la escuela pictórica cusqueña.
El arquitecto indicó que el retablo de la iglesia, una construcción de madera de cedro y aliso recubierta con pan de oro colocada tras el altar, también quedó convertido en cenizas.
Los bomberos se quejaron por la falta de agua para combatir el incendio de la iglesia, ubicada a 10 minutos del centro de Cusco.
Desde las dos de la madrugada los vecinos comenzaron a traer agua para nuestras cisternas porque ya no teníamos agua y no contábamos con ningún hidrante funcionando, veíamos con impotencia cómo se desplomaban partes del techo y se consumían las pinturas y se derretían los santos", dijo a la prensa el bombero Jesús Valdivia.Los bomberos aún no saben qué originó el incendio, pero presumen que podría tratarse de un cortocircuito, porque en la iglesia no se usan velas para evitar siniestros.
Imágenes de las televisoras mostraban cómo durante la madrugada los vecinos en Cusco ayudaron a retirar bancas, esculturas y pinturas menores del histórico templo construido durante más de cien años a partir del siglo XVI, mientras párrocos de la iglesia tocaban las campanas de dos torres adyacentes para llamar a más voluntarios y acabar con el fuego.
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